domingo, 8 de febrero de 2009

sub desarrollo mental (parte I )

No estoy asombrado, solo dolido, como cada vez que me asomo al mundo que hemos construido. En esta ocasión se trata de un hecho individual y aparentemente insignificante, pero que retrata de manera dramática las conductas humanas que esta sociedad ha potenciado. Me refiero al caso de Yolanda Vaccaro, corresponsal del diario El Comercio en España.

Como ya es sabido, ella cubría el encuentro gastronómico Madrid Fusión, donde se le rendía un homenaje a Gastón Acurio. Por tratarse de un tema particularmente interesante para el Perú, Vaccaro, con todo derecho y buen sentido profesional, se ubicó en un sitio que sus colegas españoles hubiesen querido para ellos. Al encontrarse con este inconveniente oriundo de Sudamérica, los fotógrafos españoles, luego de gritarle “sal del camino”, optaron por sacarla a empujones mientras enarbolaban sus prejuicios y limitaciones mentales en un sonoro: “Vete a tu país, sudaca de mierda”. No eran analfabetos, ni cabezas rapadas, ni desempleados en búsqueda de chivos expiatorios, no, eran profesionales, profesionales de la prensa, profesionales que, teóricamente, deberían ser objetivos y capaces de desarrollar un grado más que elemental de pensamiento crítico.

Y son esos profesionales los que agredieron físicamente a una colega y la descalificaron por su lugar de origen solo porque ocupó un sitio que ellos hubiesen deseado para tomar sus fotografías. Puedo imaginar que, si Vaccaro hubiese ocupado su puesto de trabajo, la habrían destripado. El crítico gastronómico español Ignacio Medina, como para mostrar que los imbéciles no solo pertenecen al periodismo, le dijo a Vaccaro que ella no iba a enseñar “cómo trabajar” a sus compatriotas y le agregó la marca del subdesarrollo mental: “Qué te crees, criolla de mierda”. Además de indignante, es triste. Estos hechos delatan la gravedad con la que los simplificadores de la realidad han tatuado el cerebro de los perezosos que se niegan a pensar por sí mismos. El mundo de 'buenos y malos’ renace con furia en tiempos de crisis y potencia lo más primitivo, lo más oscuro y lo más peligroso de la naturaleza humana, sea esta española, peruana, paquistaní o congolesa.

No cometeremos el error de ensañarnos con los españoles. Pero tampoco cometeremos el error de olvidar que una sociedad cuya única finalidad es lucrar, lucrar y lucrar, y que premia a quienes lo hacen exitosamente con el calificativo de triunfadores, es una sociedad destinada no solo a provocar conductas tan deleznables como la relatada, sino todo tipo de comportamiento que estimule el triunfo del más fuerte y lo justifique en base a juicios irracionales. Los organizadores de Madrid Fusión, avergonzados, supongo, no colaboraron para que los agresores fueran identificados. Se sabe, sí, que uno es José María Barroso, del ABC. Eso se llama, en España, en el Perú y en el resto del mundo: complicidad. Y debe ser hecha pública y denunciada ante quien corresponda. ¿Un hecho aislado? Pregúntenles a los 'sudacas’ que trabajan en España si se trata de un hecho aislado.

El muro de la indiferencia (articulo)

Mientras datos recientes y creíbles provenientes de Europa revelan que la gesta democratizadora de EE.UU. en Irak ha dejado 5 millones de huérfanos, más de un millón de viudas y 4.5 millones de desplazados, otra tragedia, menos visible pero más persistente y seguramente destinada a prolongarse en el tiempo, se desarrolla ante la indiferencia de los organismos internacionales y cierta pereza de la prensa para mostrarla con toda la crudeza que exige el absurdo que la engendra y el dolor humano que provoca. Nos referimos a los inmigrantes que intentan ingresar en la cada vez más blindada fortaleza del mundo desarrollado.


El joven periodista y activista italiano Gabriele del Grande acaba de publicar un libro destinado a testimoniar los tiempos que corren, Mamadou va a morir, donde muestra una dramática y definitoria pincelada del mundo de contrastes que habitamos: “Para ir de Palermo (sur de Italia) a Túnez (norte de África) bastan 47 euros, 10 horas y un documento de identidad; el viaje a la inversa puede costar 2,000 euros, años de desierto y, a veces, la muerte”. Es decir, de norte a sur: turismo; de sur a norte: delito.

Millones de proyectos, miles de intentos, miles de muertos y un número indeterminado de retornados a su país de origen o encarcelados son, por ahora, el saldo de la penosa y casi absoluta pobreza de la que pretenden huir los habitantes del mundo subdesarrollado. Pobreza que moviliza el instinto de vida y que empuja a millones de seres humanos a soñar y proyectar una existencia soportable en otro país y a muchos miles de ellos a intentar materializar este sueño. Sueño que muta en pesadilla tan pronto se acercan al presunto paraíso. Desde 1988, no menos de 13,239 murieron a las puertas de la abundante Europa o atravesando el último tramo del África. Murieron ahogados, calcinados, helados por las cambiantes y extremas temperaturas del Sahara, por los disparos de la policía o por las minas que pretenden detener su avance.


Gabriele del Grande ha viajado a Turquía, Marruecos, Mauritania, Malí y Senegal, entrevistando a quienes posteriormente emprenderían el gran viaje y a sus familiares. El resultado es el libro antes mencionado que será, en el futuro –si tal futuro existe para la especie humana–, una trágica estampa más de nuestro tiempo.

Recuerdo cuando nos espantaba el Muro de Berlín. No hubo político occidental que no se arrimara a él para alzar sus bonos denostando contra el ominoso pecado que constituía impedir la libre circulación de los seres humanos. Hoy hay muros infinitamente más grandes en la frontera de EE.UU. con México, entre Israel y los guetos palestinos, y un muro de controles allí donde los muros de piedra y electricidad no se pueden levantar.

Sin embargo, de todos ellos, el peor, el más dramático, el más ruin y el más peligroso es el muro de nuestra indiferencia. Y lo es porque, al impedir que nos construyamos como seres sociales y solidarios, impide que desarrollemos el altruismo, que es la llave maestra para la supervivencia de nuestra especie